Hora de lectura
Mi profesora de literatura dijo ya hace tiempo, casi como contando un cuento, que todos alguna vez sentimos el entusiasmo de leer. Todos alguna vez cuando éramos chicos le rogamos a mamá o a papá que nos contaran un cuento o que nos leyeran nuestro libro preferido antes de dormir. Todos. Con la inocencia de la niñez, o vaya a saber quién con qué. Pero todos lo pedimos, lo rogamos y lo conseguimos. Sin embargo, con el paso de los años, algo ocurrió y a muchos ya no les importó la lectura (no me incluyo dentro de este grupo porque amo cada parte de la literatura que me permita viajar(me) y conocer(me) más). Que los libros me aburren, que pierdo tiempo leyendo cuentos, que no entiendo, que no se leer para adentro, que esto, que aquello, que bla bla bla. Y así, casi como sin darse cuenta, se fueron alejando de la lectura. Dijo, también, que muchos recuerdan que es lo que les quitó el interés y que otros simplemente lo tienen reprimido. Pero que a todos, sin excluir a ninguno, les pasó algo